En estos días, Nicolás Iglesias, que se presenta a mismo como Trabajador Social, hizo en el programa «No Toquen nada» un pseudo análisis sobre la Derecha Fest con las muletillas de siempre del progresismo: «discurso de odio«, «peligro para la democracia», «dificultad de llegar a consensos políticos».
Treinta minutos de «análisis» donde ni siquiera se esmeraron en tener alguna idea o un criterio propio, sino repetir como loros, el cassette mundial progresista. Párrafo aparte para Joel Rosenberg, que obró como un puntero asistidor del entrevistado, lejos de lo que debe ser un periodista imparcial, volcó todos sus prejuicios en la nota.
Para Iglesias y Rosenberg, cuestionar al Partido Nacional y al Partido Colorado, es «poner en peligro la democracia». Cuestionar la tibieza y el fracaso electoral y el fracaso en la batalla de las ideas de la «derecha» uruguaya, representada en la Coalición Republicana, es un atentando a la democracia.
| La Derecha Diario
Claro, el Frente Amplio ganó cuatro de las últimas cinco Elecciones Nacionales, ganó todas las Municipales en Montevideo desde 1989, por lo que la izquierda tiene el dominio electoral y cultural en Uruguay en este siglo, entonces que mejor que seguir así.
Quizás también te interese: Exdirigentes del PN firman su carta de renuncia al partido para unirse a la PPL
Para el status quo, el centrismo dominante, lo único que asegura la democracia, es que el Frente Amplio, Partido Nacional y Colorado, compitan por el poder, en un marco ideologico del centro hacia la izquierda y después que hayan partidos chicos comptiendo, pero sin crecer mucho y en un cuadro ideológico parecido a de los tres partidos principales, sin cuestionar más que en algún político puntual (del que el sistema este acuerdo), pero sin cuestionar el fondo. Cualquier otra cosa, pone en «peligro la democracia» para los cazadores de rentas del Estado, con olor a culo, disfrazados de analistas o de periodistas.
A la izquierda le viene bien tener una oposición tibia, timorata, que no de batalla, que se trate de adaptar a lo dominante, fácilmente psicopateable, es mucho más fácil ganarles o complicarlos siendo oposición cuando una vez cada tanto les toca perder como paso en el período del 2020 al 2025.
| La Derecha Diario
En ese período, pese a ser oposición, el Frente Amplio dominó la agenda pública pese a haber perdido y ser minoría parlamentaria y volver a ganar de este modo, apelando a las muletillas de siempre «gobierno insensible» «proteger a los vulnerables» «trabajadores que pierden«, aún cuando los datos no respalden esto.
A ellos les da terror que pase en Uruguay lo que está pasando en Argentina, cada vez que dicen «aca nunca va a haber un Milei», estan diciendo una obviedad, Milei es único e irrepetible, lo que temen es al efecto Milei y que el «centro» político pierda fuerza y que se dificulten los consensos que tanto aman. Para ellos es más fácil consensuar con paladines de las formas fácilmente psicopateables que con una derecha con convicción y sin miedos.
| La Derecha Diario
El mito del “discurso de odio”: cómo la izquierda usa una muletilla para silenciar opositores y se ha convertido en el garrote favorito del progresismo para apalear a cualquiera que se atreva a disentir de su dogma. Es una frase tan gastada que ya suena como ruido blanco, pero sigue siendo efectiva porque apela a la emoción y no a la razón.
¿La derecha odia? Como en cualquier grupo humano hay gente con sangre en las venas, pero etiquetar cada crítica, cada opinión incómoda, como “odio” es una jugada maestra para evitar el debate y pintar al adversario como un monstruo. Spoiler: no cuela.
Primero, desmontemos el truco. El “discurso de odio” no es un concepto objetivo; es un arma subjetiva. Lo que para uno es odio, para otro es verdad incómoda. Cuando la derecha señala, por ejemplo, los problemas de la inmigración descontrolada, no está “odiando” a los inmigrantes; está poniendo sobre la mesa datos y preocupaciones legítimas.
Pero la izquierda, en lugar de contraargumentar con números o ideas, saca la carta del odio: “¡Xenófobos!”. Fin de la discusión. Es más fácil demonizar que debatir, ¿no? Y así, cualquier crítica a políticas migratorias, al feminismo radical o a la agenda climática se convierte en un delito moral.
La hipocresía es de óscar. Mientras la derecha es acusada de “odiar” por cuestionar, la izquierda se da un pase libre para vomitar bilis contra sus enemigos.
¿O no es odio cuando se llama “fascista” a cualquiera que vote conservador? ¿No es odio cuando se lincha en redes a un político de derechas por decir que el aborto es un tema complejo? Cuando el odio de la izquierda es “justicia social”; el de la derecha, “peligro público”.
| La Derecha Diario
Y luego está el doble rasero internacional. En países como España o Argentina, donde el progresismo ha dominado la narrativa cultural, el “discurso de odio” es un comodín para censurar. Leyes ambiguas, como las que penalizan la “incitación al odio”, se usan para amedrentar a tuiteros, periodistas o políticos que no sigan el guion. Pero, curiosamente, nunca ves a un progresista en el banquillo por llamar “retrógrada” o “nazi” a medio electorado. La vara solo mide para un lado.
Así que, la próxima vez que escuches la muletilla del “discurso de odio”, no te dejes engañar. Pregunta: ¿qué dijo exactamente? ¿Por qué es odio y no crítica? ¿Quién decide dónde está la línea? Porque, en el fondo, no se trata de proteger a nadie; se trata de controlar qué se puede decir. Y si cedes ante eso, no esperes que te devuelvan la palabra.