InicioDeportesMedio año de Trump II: el ejercicio del poder sin reparos

Medio año de Trump II: el ejercicio del poder sin reparos

El próximo domingo se cumplen seis meses de la segunda presidencia de Donald Trump, oportunidad ideal para hacer un primer balance de su gestión. Como no podía ser de otra manera, considerando el perfil y la reputación del personaje, ya se caracteriza por una enorme cantidad de polémicas.

En estos 180 días, Trump desplegó un conjunto de iniciativas en los planos doméstico e internacional con un común denominador: una demostración (y un uso) permanente, punzante, unilateral y personalista del poder que emana de su investidura, como no se veía en los EE.UU. desde la época de Franklin Delano Roosevelt (1933-1945), durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Esos dos acontecimientos críticos, decisivos para definir el formato que adoptó el conjunto del sistema internacional hasta nuestros días, explican el contexto del liderazgo que ejerció FDR, responsable intelectual y fáctico del New Deal. Se trata de un modelo en que el Estado asumió un papel pivotal para promover el desarrollo económico y social, distribuir el ingreso y luchar contra el desempleo y la pobreza mediante un conjunto diverso de programas de política pública de claro corte intervencionista. Pertenece al GOP (aunque hasta comienzos de siglo tuvo una clara afinidad por los demócratas), pero Trump recupera y profundiza ese espíritu Estado-céntrico para proteger sectores “estratégicos”, abandonando el consenso neoliberal imperante durante casi medio siglo y sostenido por gobiernos de ambos partidos.

Partiendo de un diagnóstico controvertido pero muy funcional para justificar sus iniciativas e imponer su impronta sin tapujos (que su país se encontraba en una crisis terminal, debilitado por las desventajas de la globalización y por un liderazgo incoherente y corrupto), el autor de The Art of the Deal aspira a cambiar de cuajo algunos de los mecanismos que regulan tanto la economía política internacional como la de su país. Para bien o para mal, alcanzó objetivos que pocos pensaban posibles y logró un conjunto de victorias materiales y simbólicas que le permitirán avanzar a paso firme al menos hasta las elecciones de mitad de mandato a finales del año próximo, cuando, en consecuencia, se convertirá en “pato rengo” (como se denomina a la pérdida súbita de poder que experimentan quienes no pueden ser elegidos nuevamente).

En el plano internacional, Trump busca hacer valer el papel de potencia que ejerce su país para contener la expansión e influencia chinas. Le está costando. Chocó con la intransigencia de Putin para negociar un cese del fuego en Ucrania y avanzar en un acuerdo más duradero, aunque, en parte gracias a eso, persuadió a los integrantes de la OTAN de aumentar el aporte a su financiamiento. Mark Rutte, el secretario general de la organización, es un entusiasta adulador del presidente norteamericano. Asimismo, resultó clave la cooperación con Israel para desarticular el programa nuclear iraní. Sin participación del Congreso y con polémicas respecto de su verdadero impacto, Trump tomó una determinación arriesgada y valiente, con un claro mensaje respecto de su compromiso con objetivos estratégicos, que podría tener derivaciones trascendentes en el mediano y largo plazo y alterar el equilibrio de poder más allá de Medio Oriente, si bien resaltó que no buscaba un cambio de régimen político en ese país. El capítulo más controversial: la imposición de aranceles. En medio de un sinnúmero de amenazas no concretadas y de fechas límite postergadas, se obtuvieron un par de acuerdos con aliados históricos (Reino Unido) o más recientes (Vietnam). Era muy voluntarista suponer que múltiples y complejas negociaciones llegarían a buen puerto en tan poco tiempo. Los frecuentes anuncios unilaterales de Trump en medio de esos procesos confunden a las contrapartes y aumentan la sensación de caos y volatilidad. Es el entorno en el que parece sentirse más cómodo.

Más cuestionable resulta su interferencia en los asuntos internos de otros países, como ocurrió con la soberanía de Panamá en torno a su canal, la pretensión de controlar Groenlandia (que pertenece a Dinamarca) o su defensa de Jair Bolsonaro, a punto de ser condenado por la Justicia en Brasil por intento de golpe de Estado (en este caso se defendía a sí mismo, dado el lamentable episodio del 6 de enero de 2021, cuando una turba alentada por su gobierno intentó copar el Capitolio). Es cierto que Lula apuesta a fortalecer a los Brics y que esto es visto con recelo por Washington. Además, la investigación iniciada por el Departamento de Comercio respecto de prácticas desleales implementadas por Brasil parece fuera de timing, dadas las políticas proteccionistas que lleva adelante la administración Trump.

En lo doméstico, Trump desplegó un liderazgo imperial, abrasivo y omnipresente. Con un gabinete integrado por figuras fieles y de escasa autonomía, hace y deshace a discreción sin que nadie pueda moderar sus opiniones y prioridades. El Congreso aprobó su proyecto de ley de presupuesto que aumentará el déficit fiscal y el endeudamiento, lo que precipitó el divorcio con Elon Musk, uno de sus asesores más importantes desde la campaña electoral, el que le había facilitado el apoyo de los ejecutivos y accionistas de las principales empresas tecnológicas. Con recortes a programas sociales y de salud pública, esa ley le permitió imponer su autoridad ante legisladores de ambas cámaras, ratificando un liderazgo casi absoluto en su partido, del que pocos de sus colegas habían gozado.

La política económica sorprende y alarma: aplica principios e instrumentos que fracasaron cada vez que fueron llevados a la práctica. Sus posturas a favor de la sustitución de importaciones ya generan presiones inflacionarias. Peores resultaron sus constantes ataques a la Reserva Federal por su política de tasas de interés. ¿El paroxismo? Criticar el nombramiento de Jerome Powell, designado por él mismo durante su anterior mandato. El debilitamiento del dólar podría poner en riesgo su hegemonía en el comercio internacional, lo que lejos de “hacer grande” a Estados Unidos lo condenaría a una posición secundaria.

Las deportaciones masivas de inmigrantes ilegales, el ataque a las principales universidades, incluyendo programas de investigación de vanguardia en ciencia y tecnología, la imposición de su autoridad por sobre la autonomía de los estados (en especial, algunos gobernados por demócratas con aspiraciones presidenciales), el achicamiento del tamaño del gobierno (comenzó a eliminar miles de puestos de trabajo del Ministerio de Educación, que va camino a desaparecer, y prácticamente anuló agencias fundamentales, como Usaid) constituyen algunas de las iniciativas más criticadas por la oposición y por observadores independientes. Algunos aseguran que el sistema democrático está en peligro. Siempre son bienvenidas las voces críticas y los anticuerpos frente a potenciales riesgos de deslizamientos autoritarios, aunque pueda haber reacciones exageradas.

En particular, el Partido Demócrata carece de autoridad moral para presentarse como defensor de las instituciones y el imperio de la ley. Descartando las denuncias de fraude en las elecciones de 2020 que aún sostiene Trump, el aparato demócrata interfirió en las primarias de 2016 (impuso a Hillary Clinton y desplazó a Bernie Sanders), 2020 (catapultó a Joe Biden en detrimento del senador por Vermont) y 2024 (apartó a Biden, que impuso a su vice Kamala Harris). Y se suma evidencia de que los colaboradores de Biden eran conscientes de su creciente deterioro cognitivo, que no actuaron en función de lo prescripto por la enmienda 25 (obliga a denunciar ante la Corte Suprema la eventual incapacidad del presidente para ejercer por motivos de salud) y que pudieron haberse beneficiado de ese vacío de poder.

Como a menudo ocurre en nuestro país, es difícil armar un sistema democrático con actores de carne y hueso que ignoran los valores y la cultura democráticas.ß

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