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Día del Periodista: cuando contar lo que pasa es una forma de resistir

Por Joaquín Robert*

Cada 7 de junio, en homenaje a Mariano Moreno y a aquella primera Gaceta de Buenos Aires, se celebra en nuestro país el Día del Periodista. Más que una conmemoración, debería ser una invitación a reflexionar sobre el lugar que hoy ocupa esta profesión en una Argentina donde el valor de la información convive peligrosamente con la desinformación, y donde ejercer el periodismo implica, muchas veces, enfrentarse al poder y a una cultura que degrada el rol de quien pregunta, investiga o simplemente no repite.

Ser periodista es mucho más que narrar hechos. Es elegir desde dónde se cuenta, a quién se le da voz, qué se muestra y qué se deja fuera del encuadre. Informar no es un acto neutral, y nunca lo fue. Es, por el contrario, un ejercicio que cobra sentido en la incomodidad, en la cercanía con lo que duele, con lo que alguien prefiere ocultar. Porque el periodismo que se limita a reproducir sin cuestionar, a entretener sin interpelar, pierde su esencia.

En tiempos donde lo inmediato vale más que lo importante, donde la consigna grita más fuerte que la explicación, defender el periodismo es también defender la pausa, la duda como motor y la honestidad intelectual por encima de la conveniencia. En un contexto dominado por discursos violentos, por el hostigamiento sistemático a quien piensa distinto, esto se vuelve urgente.

No hace falta señalar a nadie. Los gestos hablan por sí solos: insultos, burlas, descalificaciones, estigmas. Como si disentir fuera traicionar, como si el periodismo debiera estar al servicio de una causa, y no del derecho de la sociedad a estar informada. Detrás, una maquinaria de trolls multiplica el odio y reemplaza el argumento por el ataque personal, vaciando el debate público.

En este contexto, ejercer el periodismo con ética y vocación de verdad es más necesario que nunca. No para tener razón, sino para hacer preguntas. No para agradar, sino para incomodar cuando haga falta. Y, sobre todo, para que no se apague la voz de quienes no tienen otra forma de ser escuchados.

El periodismo no es perfecto. Tiene deudas, errores, límites. Pero necesita ser defendido. Porque sin periodismo no hay contrapeso del poder, no hay ciudadanía crítica, no hay democracia real. Y si alguna vez se olvida de sí mismo, que lo recuerden quienes vienen atrás: los que no se resignan, los que entienden que contar lo que pasa sigue siendo necesario, urgente y profundamente humano.

(*) Estudiante de licenciatura en comunicación política.

Publicado en Los Andes

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